Los años de mi edad
Este es mi cuerpo, todo él me habla
de mi destino. Mucho tiempo fui el creador de ideas, el ánimo, un sinónimo del
vigor, pero ahora estoy presente como una sombra, en realidad me agrada
ser sombra en vez fondo y figura, pues
más allá de la vanidad, en la sombra no se notan mis arrugas. Antes creía que
el ir llenándome de surcos podría llamar la atención de cualquiera, dirían, −mira
ese hombre es una eminencia, es la estampa de la experiencia−, pero ya me doy
cuenta que estos senderos de cuero que se han empeñado en sobrehabitarme no
son sino la vergüenza de estar aún. Esto me habla de mi destino, mi piel
languidece, se pronuncia, asía el suelo
como una costra, la gravedad no quiso ceder a los años, mis olas de cuero
apuntan al empedrado, al lugar de los muertos, “no para siempre en la Tierra:
sólo un poco aquí”, no para siempre en polvo, también viviré en el recuerdo; en
el recuerdo de aquel hombre robusto que me cerró la opción de ganarme un
centavo pidiendo ser su empleado, en el de mis hijos que nunca tuvieron mi edad,
pero por siempre viviré en el recuerdo de Odiseo, compañero filial en las plazas,
mi comensal, mi escucha y consejero, él, que aún sabiendo que bajo el mando de
una cadena tendría que obedecer me mostró el rostro auténtico de la libertad.
Sé que no debo culpar a nadie, la vida me ha enseñado que las culpas sólo son
un mito para supeditar las conciencias, los sistemas que usan las culpas para
atraer al hombre a la verdad, seguramente no conocen de la única verdad, la
original y más grácil experiencia de un Dios. Esta es mi realidad y tengo que
liderar con ella: un cuerpo fatigado y una memoria desprovista de certeza;
aunque no logro comprender si es mi fatiga el conflicto que no me permite estar
con los otros, o es la prisa con que viven los que me rodean la que les impide
des-cansar, retirase la fatiga cotidiana, de igual modo me cuestiona mi
certeza, pues aunque sé de los avances técnicos, las innovaciones médicas y los
rapidísimos medios de comunicación que en esta era vulgar imperan; a penas ayer
mi vecino murió por una gripe mal tratada, fue imposible localizar a sus
familiares y ahora descansa en un semillero de pasados, apilado como una loza
mal puesta, vaya avances médicos, vaya de tanta tecnología que nos hermana y de
los medios de comunicación veloces que han venido decayendo en comunicación fugaz,
efímera. Mi cuerpo se inclina a la tierra, se reverencia a la única entidad que
lo acogerá con dignidad ya sin vida, mi cuerpo se deja llevar por el tiempo,
soy un niño de la mano del reloj que en un tic tac me resuelve la existencia. Ahora,
cada noche que mis parpados se cierran, encierran la vida, proyectan un punto
final que yo no quise burilar. El ruido de la gente que se avecina hasta mis
oídos me hace pensar que al hombre le ha hecho falta silencio para escuchar. El
enemigo del diálogo no es la algarabía, ni la charla cotidiana, el enemigo
es el escándalo escatológico no
esclarecido. Hoy mi cuerpo me exige conservar la ética, como un buen vino
que conserva su cuerpo y una nube su color. Me gusta imaginar que mi pasado nunca
volverá en la vida de otro viejo, pero impiedoso sé que lo hará, me gusta imaginar que mi
futuro no será deleznable, pero así el futuro de todos, incluso el de Dios. Los
años de mi edad, quebrantan la historia, son insurrectos, son míos y los
llevaré a la tierra que me dejó producirlos, el día más pensado.
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