jueves, 27 de junio de 2013

Los años de mi edad



Este es mi cuerpo, todo él me habla de mi destino. Mucho tiempo fui el creador de ideas, el ánimo, un sinónimo del vigor, pero ahora estoy presente como una sombra, en realidad me agrada ser  sombra en vez fondo y figura, pues más allá de la vanidad, en la sombra no se notan mis arrugas. Antes creía que el ir llenándome de surcos podría llamar la atención de cualquiera, dirían, −mira ese hombre es una eminencia, es la estampa de la experiencia−, pero ya me doy cuenta que estos senderos de cuero que se han empeñado en sobrehabitarme no son sino la vergüenza de estar aún. Esto me habla de mi destino, mi piel languidece, se pronuncia, asía el suelo como una costra, la gravedad no quiso ceder a los años, mis olas de cuero apuntan al empedrado, al lugar de los muertos, “no para siempre en la Tierra: sólo un poco aquí”, no para siempre en polvo, también viviré en el recuerdo; en el recuerdo de aquel hombre robusto que me cerró la opción de ganarme un centavo pidiendo ser su empleado, en el de mis hijos que nunca tuvieron mi edad, pero por siempre viviré en el recuerdo de Odiseo, compañero filial en las plazas, mi comensal, mi escucha y consejero, él, que aún sabiendo que bajo el mando de una cadena tendría que obedecer me mostró el rostro auténtico de la libertad. Sé que no debo culpar a nadie, la vida me ha enseñado que las culpas sólo son un mito para supeditar las conciencias, los sistemas que usan las culpas para atraer al hombre a la verdad, seguramente no conocen de la única verdad, la original y más grácil experiencia de un Dios. Esta es mi realidad y tengo que liderar con ella: un cuerpo fatigado y una memoria desprovista de certeza; aunque no logro comprender si es mi fatiga el conflicto que no me permite estar con los otros, o es la prisa con que viven los que me rodean la que les impide des-cansar, retirase la fatiga cotidiana, de igual modo me cuestiona mi certeza, pues aunque sé de los avances técnicos, las innovaciones médicas y los rapidísimos medios de comunicación que en esta era vulgar imperan; a penas ayer mi vecino murió por una gripe mal tratada, fue imposible localizar a sus familiares y ahora descansa en un semillero de pasados, apilado como una loza mal puesta, vaya avances médicos, vaya de tanta tecnología que nos hermana y de los medios de comunicación veloces que han venido decayendo en comunicación fugaz, efímera. Mi cuerpo se inclina a la tierra, se reverencia a la única entidad que lo acogerá con dignidad ya sin vida, mi cuerpo se deja llevar por el tiempo, soy un niño de la mano del reloj que en un tic tac me resuelve la existencia. Ahora, cada noche que mis parpados se cierran, encierran la vida, proyectan un punto final que yo no quise burilar. El ruido de la gente que se avecina hasta mis oídos me hace pensar que al hombre le ha hecho falta silencio para escuchar. El enemigo del diálogo no es la algarabía, ni la charla cotidiana, el enemigo es  el escándalo escatológico no esclarecido. Hoy mi cuerpo me exige conservar la ética, como un buen vino que conserva su cuerpo y una nube su color. Me gusta imaginar que mi pasado nunca volverá en la vida de otro viejo, pero impiedoso  sé que lo hará, me gusta imaginar que mi futuro no será deleznable, pero así el futuro de todos, incluso el de Dios. Los años de mi edad, quebrantan la historia, son insurrectos, son míos y los llevaré a la tierra que me dejó producirlos, el día más pensado.

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